Con la vista dentro de 100 años: Apuesta al tiempo

Las intervenciones en la vida social se parecen mucho a las películas de máquinas del tiempo en las que se cuentan historias dramáticamente distintas cuando alguien viaja al pasado y al modificar el curso de la historia original, el futuro se convierte en una realidad increíblemente distinta. Participar en los eventos históricos es apostarle al tiempo.

Cuando decidimos involucrarnos, mientras más dramática es la intervención, más profundas son sus implicaciones y por lo tanto, menos previsibles son las ramificaciones. El ejemplo de la invasión de Irak es excelente: el movimiento yihadista que en 2003 era liderado principalmente por Al Quaeda, se fragmentó y de ahí surgió una organización político militar que para 2014 tenía en bajo su poder grandísimas extensiones territoriales en el medio oriente, ocupando territorios de Irak y Siria. La guerra que lideró Estados Unidos contra el "terrorismo" solamente fortaleció el movimiento contra el que luchaba.

La historia de la humanidad es simplemente una sucesión de causas y efectos que realmente entendemos volteando hacia atrás con un ánimo humilde y abierto a entender por qué las personas tomamos el camino que definió la historia. Con esto en mente, lo que hacemos en el presente tiene un valor particular: es jugar a la máquina del tiempo, con la única limitante de que no podemos regresar a enmendar errores o a moderar excesos.

La tarde del 1 de julio de 2018 conforme se publicaban los resultados de la elección, tuve una sensación de estar presenciando el inicio de una revolución. Andrés Manuel López Obrador era el evidente ganador pero lo más sorprendente era que su partido iba a controlar completamente las dos cámaras del Congreso de la Unión. El nuevo presidente iba a tener básicamente un cheque en blanco. ¿Qué más puede pedir un líder político en una democracia contemporánea?

Cualquier persona familiarizada con la historia reciente de México sabía que la llegada de López Obrador era profunda y trascendental. Su discurso anti-sistema, su postura contra la corrupción de la élite política y empresarial de México significaba un desafío histórico y un compromiso irrenunciable de intervenir profunda y decisivamente en la vida pública de un país sumido en la violencia y la corrupción.

Poniendo la vista dentro de 100 años, el personaje en concreto y las posturas de quienes le apoyamos y quienes intentaron detenerlo importa poco. En ese horizonte de tiempo lo que importa son los procesos, las ideas y las necesidades de la gente que en su conjunto toma decisiones colectivas. Hay una cosa cierta: en 2018 la gente estaba harta de la corrupción, los escándalos y faltas de respeto de quienes usaron sus posiciones sociales para beneficiarse de un país profundamente dolido y decepcionado de sí mismo.

Pensando en todo lo que puede pasar durante los próximos años hay muy pocas cosas que valga la pena prever dado que puede suceder prácticamente lo que sea (escribo esto durante la pandemia del COVID-19 que paralizó al mundo entero). Sin embargo, una de esas cosas es algo que tomaron por sentado quienes escribieron el Federalista: vamos a tener líderes sociales y políticos comprometidos con el futuro y con la gente, y vamos a tener otros que simplemente van a utilizar el poder público para enriquecerse.

Nada garantiza que quien suceda a López Obrador sea una persona que valore la ética del servicio público. Nada garantiza que el siguiente fiscal de la República no trabaje para algún cártel o que algún jefe militar intente dar un golpe de estado. Muchas menos garantías tenemos de que sucedan desastres naturales que comprometan la viabilidad del país, conflictos internacionales o que corporaciones privadas no interfieran en la vida política y social de México.

Con la vista puesta dentro de 100 años realmente solo vale la pena pensar en la construcción de herramientas que le permitan a las y los mexicanos a enfrentar los retos que el tiempo les ponga enfrente: un sistema económico funcional para la población en general y para el medio ambiente; un sistema de justicia que disuada los intentos de hacer uso patrimonial del poder; un sistema educativo y cultural que nos permita descubrirnos como personas únicas y como partes de una sociedad.

Las intervenciones espectaculares, los actos temerarios y el protagonismo de quienes escriben la historia importa poco con la vista puesta dentro de 100 años. Todavía menos importan las cualidades particulares de personas específicas, por más relevantes que sean. Dentro de 100 años va a importar más la calidad de nuestros partidos políticos, el grado de reconocimiento de los derechos plenos de las mujeres, la efectividad del servicio público y del gobierno, los resultados de nuestros sistemas educativos, la humanidad del sistema económico y la capacidad de nuestro sistema de salud.

Quienes participan en la vida pública tienen dos obligaciones: atender las necesidades urgentes del momento por un lado, y por otro (y simultaneamente) pensar a largo plazo. 

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