El tóxico soliloquio del poder: una tragedia a la vuelta de la esquina


En la vida social como en la vida individual tarde o temprano  el destino alcanza a quien aprovechó su posición para subyugar, robar o lucrar a costa de los demás. El destino también alcanza a las decisiones mal tomadas; a los comportamientos viscerales, a las ocurrencias y a la complicidad. No desarrollar un sistema educativo funcional tiene consecuencias; no combatir eficazmente la pobreza, tiene consecuencias. Al día de hoy nos debería quedar clarísimo que no tomar en serio las demandas del movimiento feminista,  o el cambio climático, tiene consecuencias.

El tiempo termina siempre por ponernos en el lugar histórico que nos corresponde: en México está teniendo lugar una desarticulación (en muchos casos radical) del antiguo equilibrio de poder al que la sociedad mexicana le rogó una y otra vez por detener la corrupción, la violencia y el deterioro de las instituciones que garantizan la posibilidad de que las personas se desarrollen integralmente (salud, educación y seguridad). Con el triunfo casi revolucionario de Morena se modificó el rumbo histórico y se abrió un abanico de emocionantes posibilidades de futuro. 

Hoy, que el gobierno tiene un cheque en blanco (ganado democráticamente) para tomar decisiones también tiene la responsabilidad de no cometer errores cuyas consecuencias terminarán pagando los más pobres o las generaciones que vienen. Un gran ejemplo es el bono demográfico: en los años en que México contaba con mayor cantidad de población joven en su pirámide poblacional, los jóvenes no encontraron oportunidades educativas ni laborales; sin duda esto fue una de las mayores tragedias de lo que hoy el presidente llama el "período neoliberal".

¿Pero qué nos garantiza no volver a cometer como sociedad errores así de profundos, así de trágicos? No nada más fueron producto de una mafia del poder. Siempre han habido personas honestas en las instituciones públicas: de hecho, muchos de quienes ahora integran el gobierno de López Obrador participaron en altos niveles en gobiernos pasados. Asumiendo que todas esas personas son intachables, sería ilógico pensar que en los gobiernos anteriores no hubo voces que llamaran a la sensatez.

Asumiendo también que quienes integramos la sociedad mexicana somos seres humanos que incurrimos en los mismos vicios que cualquier persona en el resto del mundo cuando accedemos al poder, el movimiento que hoy representa mayoritariamente a la sociedad, tendría que estarse cuidando de soliloquios falaces a los que somos propensas todas las sociedades; todos los grupos; todas las organizaciones. Esto va para quienes hoy participan en la política y para quienes aún no nacen y que algún día tomarán decisiones públicas. También para quienes en el pasado no dijeron nada de las barbaridades que cometieron gobiernos anteriores.

Es verdad que cualquier intento de institucionalización en la vida pública necesita unificar el discurso que lo justifique. Para quienes estudiamos ciencias sociales esa es una de las primeras lecciones que recibimos: la historia es el cuento de quienes vencieron. Pero al interior de los movimientos, y peor aun de los gobiernos,  el soliloquio es un fenómeno de toxicidad extrema. La falta de decisiones colectivas, la falta de discusión y las sobre simplificaciones son fenómenos comunes, particularmente cuando el momento parece decirnos "estás del lado correcto de la historia". 

Participar sin aportar, sin cuestionar y sin criticar es la base para la toma de decisiones que además de ser intransigencias de escritorio, por más progres que parezcan, pueden convertirse en enormes tragedias nacionales, pues la pertinencia de una solución social no proviene únicamente de su marco ideológico aunque se disfrace de "ciencia" o de "compromiso social", en realidad proviene de una actitud humilde de entender los contextos que acompañan a cada problema y al sector social concreto que afecta. 

La tragedia del soliloquio tiene incluso un nombre científico acuñado por el psicólogo Irvin Janis: le llamó "pensamiento de grupo" al proceso por el cuál ninguno de los asesores de Kennedy se atrevieron a decir en voz alta que la invasión de Bahía de Cochinos era un plan bastante estúpido (por decir lo menos), a pesar de saberlo y pensarlo. Esas situaciones en las que los subalternos saben que se está por cometer una barbaridad, un error o incluso un acto de corrupción, y que no expresan su postura por no parecer desleales, suceden todo el tiempo: Gerardo Fernandez Noroña uno de los más férreos y congruentes aliados del López Obrador fue acusado de traidor por la bancada de Morena por no apoyar la desaparición ordenada por el presidente de más de 100 fiedeicomisos del Estado Mexicano. ¿Cuántos legisladores y legisladoras no tuvieron el valor de expresar su preocupación al respecto? 

El soliloquio grupal o el "pensamiento de grupo" es una trampa que mina la construcción de decisiones estables en el tiempo; que abre la puerta a errores que a largo plazo se ven como estúpidos e innecesarios: el apoyo de la población cubana a Castro era tan amplio que era de ciegos no tomarlo en cuenta. Obviamente la operación de Bahía de Cochinos fue un fracaso rídículo, pero al mismo tiempo fue un plan criminal que  costó la vida a muchas personas. Lo importante es tomar consciencia de que mientras más unívoco es un discurso al interior de cualquier grupo, más grandes son las probabilidades de que el soliloquio se transforme en catástrofes que generalmente pagan o la población más pobre o las generaciones que vienen.

Más importante que la lealtad a un proyecto o una ideología, es la viabilidad y las consecuencias de los equilibrios sociales que construimos o destruimos en nuestro paso por la vida pública; son las vidas que afectamos positiva o negativamente. Eso generalmente no se ve desde el escritorio y no se escucha desde el soliloquio cuyos efectos pueden estar por sorprendernos a la vuelta de la esquina.



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